Moby Dick
Moby Dick es Ahab y Ahab es Moby Dick.
Moby Dick es la ballena blanca asesina y Ahab es “inválido, retorcido, nudoso de arrugas, salvajemente obstinado, con los ojos brillantes como carbones que todavía arden entre las cenizas de una ruina”.
Ahab vive para matar a Moby Dick, un enorme cetáceo que siembra el pánico y la destrucción en todo navío ballenero que se cruza en su camino. Surcado el rostro y cojo, Ahab pasea por la cubierta del Pequod, buscando en el horizonte a su enemiga, y no va a descansar hasta el encuentro final y definitivo. Nada le va a poder mover de su destino porque Ahab dice:
“el camino de mi resolución tiene rieles de acero por los cuales corre mi alma. ¡Sobre precipicios sin fondo, a través de los corazones áridos de las montañas, me precipito sin desviarme! ¡No hay un solo obstáculo, no hay un solo recodo en los rieles de acero!”
Y así Ahab arrastra a toda la tripulación a un destino fatal, pero ¿Cómo no seguir a Ahad? ¿Cómo no ser uno con él? ¿Cómo resistir su hechizo cuando le oímos gritar en el instante final: “¡Ah, una muerte solitaria, después de una vida solitaria! ¡Ahora siento que mi mayor grandeza está en mi mayor dolor! ¡Acudid desde los confines más remotos, olas audaces de mi vida pasada! ¡Formad la ola inmensa y única de mi muerte!”?.
Si yo hubiera estado en aquel barco le hubiera seguido hasta el más profundo de los abismos porque Ahab es la voluntad absoluta, la más pura y cristalina de las determinaciones.
Y dicho esto me imagino que les habrá entrado ganas de leer Moby Dick, pues ahora voy a desanimarles y sirva como ejemplo el capítulo LXXIX en el que Melville, su autor, habla sobre las narices, si han oído bien ¡las narices!, de las ballenas y cuenta “Fisionómicamente considerada, el cachalote es una criatura anómala. No tiene verdadera nariz. Y puesto que la nariz es el rasgo central y más conspicuo entre todos (y quizás sea el que modifica y, más aún, domina su expresión combinada), podría deducirse que su total ausencia como apéndice exterior afecta mucho al aspecto de la ballena…” y sigue, y uno piensa ¿Y a mí que narices me importa?
Y así capítulos y capítulos hablando de aparejos de pesca, morfologías y descripciones que a nadie le interesan y que convierten Moby Dick en un tedio insoportable y uno lamenta que no hubiera nadie, un amigo, un editor, un lector, que le agarrara, literalmente, del cuello y le gritara a la cara: “¡Desgraciado! Déjate de sandeces y abrevia”, pues no debió haber, o si lo hubo Melville no le hizo caso. Así que llegamos al gran dilema, ¿y ahora qué hacemos? Me leo este tostón o me pierdo a Moby Dick, y esto último sí que no, por lo que les proponemos una solución. Como hemos dicho Moby Dick es Ahab y como lo demás sobra les ponemos a continuación aquellos capítulos en los que Ahab aparece:
Página uno y capítulos: XXVIII, XXIX, XXX, XXXVI, XXXVII, XLVII, XLVIII, XLIX, LI, LII, LIX, LXI, LXIX, LXXI, LXXIII, XCIX, CVIII, CIX, CX, CXI, CXII, CXIII y de aquí hasta el final del libro. Lo demás no hace falta que se lo lea.
Ya imaginamos el terrible sacrilegio que para algunos estudiosos estamos cometiendo, y que en el camino nos hemos dejado pasajes excelsos, pero da igual, lo que les ofrecemos es muy bueno, y sinceramente, consideramos esta la única manera saludable de llevar a buen puerto esta obra paradigmática de la literatura universal.
CONSEJOS PARA LEER MOBY DICK
Poco más podemos añadir, tan solo decir que nos leímos en su día la obra completa pero entonces éramos más jóvenes, una especie de panzer literario capaz de arrollar el tedio más impenetrable. Si usted es un panzer ataque la obra completa, si no, háganos caso y abrevie.
Incluso con estas advertencias Moby Dick no es apto para todos los públicos, no es un libro de aventuras, es simplemente literatura pura.
La mejor traducción, a nuestro buen entender, es la de Enrique Pezzoni pero no la va a encontrar en internet, otra alternativa es la de José María Valverde, pero para que no le den gato por liebre recomendamos ir a una librería especializada y, si no la tienen la edición recomendada, encargarla. Tenga cuidado, hay traducciones nefastas en la red y en las librerías. Les dejamos una foto de la cubierta y de la primera página de nuestra edición que guardamos como oro en paño.
El otro libro que les recomendamos de Herman Melville es Bartebly, el escribiente y que puede ver su post aquí.