El principito

Yo me pregunto si cuando Saint-Exupéry escribió El Principito lo hizo realmente pensando en los niños. En la dedicatoria les pide perdón por dedicar el libro a una persona mayor, a su amigo Leon Wert, y como sabe que los niños no van a aceptar sus excusas finalmente dedica el libro a Leon Werth, cuando era niño. De aquí deduzco que Saint-Exupéry escribió el libro pensando en los mayores que un día fueron niños, para los que ya pasamos, y casi olvidamos, esa inocente etapa de la vida en la que todo está por descubrir y no se tienen prejuicios, ni preocupaciones, ni altas pretensiones.
Nos adentramos así en el fantástico planeta del Principito, tan pequeño que con solo desplazarse unos pasos se puede disfrutar de la puesta de sol tantas veces como se desee, o tantas veces como triste se sienta uno. El principito cuida con esmero de su planeta, deshollina a sus tres volcanes y protege a la más pretenciosa de las rosas, única para él porque solo le tiene a él.
El principito iniciará un viaje en el que irá de planeta en planeta, comprobando las incongruencias de los seres que los habitan, hasta llegar a la tierra. Allí conocerá al narrador de esta historia, que no puede ser otro que Saint-Exupéry, quien ha caído en el desierto y trata desesperadamente de reparar su avión antes de que se le agoten las últimas reservas de agua. El Principito pronto habrá de regresar a su planeta porque tiene una rosa que cuidar, y el aviador retornará a su vida de adulto con un regalo que no podrá olvidar.
Más o menos esta es la historia, unos poéticos retazos con los que recordar nuestra infancia perdida, y ahora les voy a poner a prueba. En el capítulo XVII el Principito, que acaba de aterrizar en la tierra, dice: “los hombres ocupan muy poco lugar en la tierra. Si los dos mil millones de habitantes que pueblan la Tierra se estuviesen de pie y un poco apretados, como en un mitin, podría amontonarse a la humanidad sobre la más mínima islita del Pacífico.
Las personas mayores, sin duda, no os creerán. Se imaginan que ocupan mucho lugar. Se sienten importantes como los baobabs. Les aconsejaréis, pues, que hagan el cálculo. Les agradará porque adoran las cifras. Pero no perdáis el tiempo en esta penitencia. Es inútil. Tened confianza en mí.”
¿Les apetece realmente hacer el cálculo? ¿O confían en el Principito? Porque han de saber que en 1 m2 caben unas 10 personas, y si dividimos 2.000.000.000 de personas entre 10 tenemos 200.000.000 m2, con lo que la humanidad (la humanidad del año 1.943, no la de ahora) cabe en una superficie de 200 Km2 que es, más o menos, la superficie de la isla de Las Bahamas (207 Km2). La conclusión de todo esto es muy sencilla: estoy muy mayor, y usted también, por seguirme el razonamiento. Nos conviene una cura de inocencia.
CONSEJOS PARA LEER EL PRINCIPITO
El Principito es un libro corto, de fácil y rápida lectura, a medio camino entre la lírica y la filosofía. Cuenta con ilustraciones del propio autor y es uno de los libros más leídos de todos los tiempos con más de 140 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. La edición clásica en castellano es la de Emecé Editores con la traducción de Bonifacio del Carril.
Saint-Exupéry combinó su labor como escritor con su pasión por la aviación. Fue piloto profesional y volando por medio mundo en una de estas cayó en el desierto del Sahara, capítulo de su vida que le inspirará el encuentro con El Principito. Con la invasión Alemana de Francia se integra en las Fuerzas francesas libres para luchar por su país. Parte el 31 de julio de 1944, a las 8:45 horas en misión de reconocimiento con su Lightning P-38 desde Córcega para nunca regresar. Tenía cuarenta y cuatro años y en algún lugar del Mediterráneo descansa su cuerpo y en alguna estrella le recuerda el Principito.