El puente japonés de Monet
El puente japonés de Monet parece levitar sobre los nenúfares. Los nenúfares es una serie de casi doscientos cincuenta cuadros con el mismo motivo que Monet acometió entre 1920 y 1926 cuando padecía de cataratas y casi no podía ver. Así que el mérito es doble, por la ingente producción y por el infortunio de la ceguera.
Pero lo curioso es que la tara se convirtió en virtud, ya que dio lugar a un trazado inseguro de las pinceladas y a una difusa composición que lo convirtieron en un precursor del arte abstracto. Un artista doblemente revolucionario, primero por rebeldía y después por enfermedad.
El impresionismo surge por oposición hacia el arte oficial que imperaba en los salones y las exposiciones oficiales de la época y que los jóvenes pintores parisinos repudiaban. Nada mejor para entender esta ruptura que “admirar” el cuadro Nacimiento de Venus de Alexandre Cabanel que triunfó en el Salón de París de 1863 y que fue adquirido por el mismísimo emperador Napoleón III.
El cuadro es, simplemente, espeluznante, de una excelente técnica pero de una impostura tan artificial que roza el ridículo. No me extraña que alguien decidiera buscar, casi con desesperación, nuevos caminos para el arte.
Estos aparecieron con una pincelada suelta, los paisajes, el predominio de la luz y la búsqueda del instante. Se trataba de captarlo y para ello Monet era un genio que repetía y repetía el mismo motivo sin fatiga, a la caza de eso tan etéreo que es la impresión. Las series de la fachada de la catedral de Rouen, los paisajes de álamos y los acantilados de Etretat son especialmente sobresalientes.
Y así, poco a poco, y con los nuevos vientos que derriban antiguos patrones, Monet se convierte en un pintor de renombre cuyos cotizados cuadros le permiten comprar en 1890 una villa en Giverny en donde diseñó un jardín en estilo japonés y donde construyó un estanque con nenúfares que se convirtieron en una obsesión. Pinta enormes cuadros que concibe unos junto a otros y que van a configurar lo que se ha venido a conocer como la “capilla Sixtina del impresionismo”. Una época de frenética creatividad que, cuando ya sus ojos no dan más de sí, va a culminar en una de sus obras más singulares, El puente japonés, que, en realidad, en poco se parece a un puente. Está expuesto en el museo Marmottan de París, que es a donde hay que ir cuando se quiere conocer la obra de Monet, y en donde, paseando por sus salones, me lo encontré. Quedé asombrado ante esas extrañas manchas en las que los colores se entremezclan con agitada violencia y me pareció una obra singularmente moderna. Ese era el puente que cruzaba la línea divisoria entre el impresionismo y nuevas expresiones artísticas, y que convierten a Monet en el doble precursor del arte que fue.
CONSEJOS PARA VER EL PUENTE JAPONÉS DE MONET
Claude Monet pintó muchas veces el puente japonés, pero el cuadro al que nos referimos está expuesto en el museo Marmottan de París que cuenta con la más extensa y mejor muestra de obras del artista. Encontrará allí el famoso cuadro “Impresión, sol naciente”, que el crítico Louis Leroy tomó como referencia para denominar a la nueva corriente artística.
Los nenúfares, en su más extensa expresión, se pueden contemplar en el Museo de l’Orangerie, también en París, y en el museo de Orsay está una de las mejores series de la fachada de la catedral de Rouen.
Hace unos cuantos años estaba leyendo tranquilamente un libro sobre Monet cuando se me ocurrió decirle a mi mujer, quien estaba embarazada de nuestro primer hijo, “Me gustaría ver los cuadros de Monet” “¿Dónde?” me preguntó “En París, claro”, pocas semanas después nos fuimos a París al museo Marmottan… es la ventaja de haberme casado con una mujer sin pereza. La conclusión es sencilla, si te apetece, hazlo, pero sobre todo no tengas pereza, que los días pasan demasiado deprisa en el tedio del ya lo haré mañana.
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